domingo, 23 de octubre de 2011

A una gata

Detrás del velo de alquitrán
se encuentra tu inocente mirada,
y en la profundidad de tus ojos,
como de gatita dócil y tranquila,
el zarpazo agresivo cual fiera.

Hija de la rabia y la derrota,
compañera de verbenas absurdas,
te nutres a diario de cerveza,
para vencer al tedio que te marca,
la horca en el minutero del reloj.

Llevo tatuado en mi memoria
todas las noches de excesos,
tirados en cualquier lado,
arropados por el brillante neon,
olvidando nuestras miserias.

Noches impregnadas de fracaso,
donde nos envuelve el dolor,
de este despreciable sinsentido,
donde las alcantarillas y los vómitos,
son la única fragancia de las aceras.

En tu agujero sobre el cemento,
cuya habitación es una mansión,
nuestros sueños se han reunido
todas las dolorosas mañanas
que nuestros cuerpos han deseado.

Tal es la miseria en el campo,
tal es la miseria de la ciudad,
que nos volvió seres títanicos,
perfectos, valientes y virtuosos,
y a la vez crueles entre nosotros.

Malviviendo dentro de las estrellas,
escapaste de un delirio de alcohol,
y de vez en cuando a ostias te bajo,
para que dejes un momento de degustar,
el dulce sabor de la descomposición.

Siendo novia de nadie y de todos,
cual gata seductora en celo,
sigo maullando bajo tu tejado,
dolorido por la pequeña cicatriz
de la cual no deja de brotar sangre.

Y siendo nuestro tenaz orgullo
como grandes muros de cemento,
seguiremos maullando a la luna,
recorriendo los grises callejones,
y atracando salvajemente a la vida.

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